Se vivían los primeros años de la década de los
80. Por el Ayuntamiento de Sevilla andaban Manuel del Valle Arévalo, alcalde, y
Bernardo Bueno que llevaba Cultura. Miky Mata era el que manejaba los hilos de
la actividad cultural entre bastidores, cosa que hacía muy bien gracias a su
afición al arte de Talía. Y surgió la idea: Vamos a hacer un festival de música
tan enorme y maravilloso que las futuras generaciones nos tomarán por locos. Y
así fue.
Por Sevilla pasaron los mejores artistas y conjuntos del momento. No repito
nombres porque toda esa información está plasmada en un estupendo libro y en
una no menos estupenda exposición, ambos titulados “Cita en Sevilla” y que puede
verse en las instalaciones de Cajasol.
Lo que más me apetece reseñar de aquel maravilloso invento fue la ilusión,
empeño y entrega con que se hizo todo. Miky me contaba cómo los miembros del
equipo se afanaban en transportar los materiales al lugar de actuación,
colocaban las sillas en el auditorio, vendían las entradas… Era el impulso
ilusionado de unos artistas que estrenaban democracia, libertad de programación
y utilización de espacios públicos para expandir la cultura popular.
No cabe duda de que un invento de estas características podría repetirse en la
actualidad y puede que así ocurra. Pero de lo que estoy totalmente seguro es
que la ilusión, el empeño y la entrega, no iban a aflorar como afloraron hace cerca
de medio siglo. Porque ahora ya somos otros. Estamos desengañados de muchas
cosas y que las sillas las acarreen otros, aunque haya que pagarles.
Quiero con estos renglones rendir el justo homenaje que se merece aquel puñado
de gente nueva que permitió a Sevilla ver en persona a sus ídolos del vinilo.
Y aunque hubiera que pagarle al de “Quidiello”, bueno sería repetir el invento. La cultura, nunca está de más, aunque a veces las ilusiones sean menos…
Y aunque hubiera que pagarle al de “Quidiello”, bueno sería repetir el invento. La cultura, nunca está de más, aunque a veces las ilusiones sean menos…
Usando una frase del gremio hostelero: ¡Oido, cocina!
Joaquin
ARBIDE
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