jueves, 16 de octubre de 2014

Y Arrabal volvió a Sevilla


Corrían los años 60 por Sevilla. Los universitarios avanzadillos nos aventurábamos a todo, sin saber cómo podían terminar las cosas. Y un día, los que andábamos metidos en aquel berenjenal del teatro universitario, se nos metió entre pecho y espalda, estrenar una obra de un tal Fernando Arrabal que era muy transgresor (entonces no se utilizaba este término, ni nadie sabía lo que significaba). Y anduvimos remirando por las librerías hasta encontrar una obra firmada por él. “Ciugrena”, se llamaba. La leímos una y mil veces y no éramos capaces de salir de nuestro enredo. Pero por aquel entonces, cuanto más enredo, mejor.

En el fondo se trataba de “epatar”, de incordiar, de estar frente a los Alvarez Quintero y los Alfonso Paso de turno. Le gente no entendía aquello. Mejor. Era la lucha contra la burguesía adocenada y establecida. Puede ser que, a veces, no entendiéramos del todo al melillense, pero con tal de incordiar, aquello era un equivalente a los famosos “travelling fríos de Alain Resnais en El año pasado en Mariembad…” a los que se refería Alfonso Eduardo en el Cine Club Vida. Era la lucha del todo por el todo. Hay que tener en cuenta que vimos la citada película, era ya un clásico en 1960, en una España en la que acabábamos de quitarnos de la leche en polvo de los americanos.

“Ciugrena” se llamaba la obra de Arrabal. Alguien nos dijo que ciugrena era un juego de letras para disimular un nombre: Guernica. (Haga el lector la prueba. Baile las letras.) ¿No era absurdo aquel juego tan solo para burlar la censura? Y lo más curioso es que la obra, se llamase como se llamase, iba a ser poco comprendida por una inmensa mayoría.

Pero no se trataba de entender o no entender. Se trataba de provocar. Y cuanto menos se entendiese, mejor. Más esfuerzo había que hacer por entender y, además, cada uno podía entender lo que mejor le pareciese. Después se vieron en Sevilla “Fando y Lis”, “El triciclo” y “El arquitecto y el emperador de Asiria”, interpretada en el Lope de Vega por dos monstruos de la escena española: Adolfo Marsillach y José Mª Prada. El teatro se llenó atraído el público por los nombres que figuraban en la cartelera, pero para una amplia mayoría, andábamos ya por los comienzos de los 70, la obra se convirtió en un muro inexpugnable.

Recientemente Arrabal ha estado en Sevilla para recibir el Premio Elio Antonio de Nebrija. Dijo algunas cosas curiosas a la prensa: “Mi padre era cordobés y mi abuelo pintaba mejor que Julio Romero de Torres…” “La cultura siempre ha estado en las catacumbas, no es novedad…” “Me da la impresión de que todos quisieran tener un padre condenado a muerte, quisieran haberle escrito una carta a Franco o haber estado en la cárcel de Carabanchel…”

Me enteré por mi amiga Rosa Díaz, la escritora y poeta de Triana, que Fernando el día que recibió el premio, había cruzado el río para ver Sevilla desde la calle Betis y tomar una copa con los amigos. ¡Las cosas de los genios!

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