Cózar el pasado 2 de diciembre en la presentación del libro de J. Arbide. (Foto: Pepe Barahona) |
Todos lo han dicho todo. En la prensa, en la radio, en la televisión. Todos han repetido los mismos lugares comunes explotados hasta la saciedad. A mí, lo saben quienes me conocen bien, no me gusta hablar ni escribir de lo que no conozco o de lo que se poco o de lo que todos saben o creen saber. Por eso voy a hablar de mi Fito, de las cosas que guardo suyas y que, a lo mejor, vosotros vais a conocer ahora.
No voy a repetir que era diez años mayor que él y que en Tetuán yo conocí a los locos moros antes que él fuera al colegio, aquellos locos que tenían la “baraca” y que había que aguantarlos porque eran como santos, aunque te pegaran dos collejas bien pegadas cuando ibas camino del colegio… “El Ra-ra” se llamaba el que me atemorizó a mí y él me confesaba que su criada mora, cuando el Fito niño no quería hacer alguna cosa, le amenazaba con llamar al “Ra-ra”…
Yo me vine de Tetuán a Sevilla y él se fue a Cádiz. Yo debería haber estado con él en Cádiz, pero… Y un día presento en Sevilla un libro autobiográfico que se llamó “Los años moros”, un repaso a mi vida en Marruecos. Y él vino por amistad, compañerismo y paisanaje y habló en la presentación, junto a Ben-Yessef, otro tetuaní.
Otro día le hice una entrevista para uno de mis libros, y me recibió en su despacho de la Universidad, es decir, en una cafetería de la calle San Fernando frente a la puerta del Rectorado y de Carmen la de Merimé. Y nos encontrábamos en todas las ferias de todos los libros y siempre con su cachondeo a cuestas.
-¿Cuántos escritores estamos aquí ahora mismo?, me preguntaba.
Yo me quedaba callado y él resolvía:
-¡Pues tú y yo. Porque los demás…!
Evidentemente se pasaba. Lo invité a la presentación de otro libro mío dedicado al humor en el que le dedicaba un pequeño homenaje. Y no pudo venir –se disculpó- porque estaba en Cádiz en una reunión hablando de su hermano Carlos Edmundo de Ory. Y otra vez volvió a ocurrir lo mismo… Cuando he presentado mi último, donde también le dedico un espacio y un elogio o reconocimiento, donde digo que era una persona tan seria, tan seria, que se tomaba en serio hasta el cachondeo, pues lo puse un correo: “Se que no vas a venir porque estarás en tu Cádiz hablando de Carlos Edmundo…” Y me contesta: “Pues te vas a joder, porque esta vez no hay Carlos Edmundo, y me vas a tener que aguantar…”
Llegó la hora de la presentación y allí estaba Fito. Nos dimos un abrazo. Por suerte había mucha gente. Al término del acto, entre saludos y firmas, no pude verlo. Estuvo charlando y metiéndose conmigo desde lejos, en compañía de mi editor José Mª Toro. Al final aquello se alargó y Fito se tenía que marchar. Le dijo a José Mª:
-“Dale un abrazo a Joaquín y despídeme de él.”
Ni José Mª me dio el abrazo ni yo se lo pude dar a él. Pero fue una despedida.
Diez días después nos dejó junto a toda su biblioteca. Se la llevó. Dicen que estaba en la habitación de su hija con un extintor a su vera. Hace unos pocos minutos acabo de hablar con un compañero que me ha dicho que ha estado en su funeral. Yo no he estado porque tenía una entrevista en la radio. Pero estoy seguro que de haber podido y él se hubiera enterado de tal intención, me habría dicho:
-Pero tío, ¿estás loco? ¿Vas a venir a mi funeral? ¡Venga, hombre! Eso son cosas de brujas… Déjate de cachondeo. Vámonos tú y yo a tomarnos un tinto a la calle San Fernando o a donde se tercie…
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