domingo, 2 de noviembre de 2014

Carmen Laffon, prisionera en la Cartuja


Ahí la vamos a tener hasta febrero de 2015. Aunque siempre la hemos tenido en Sevilla, en la calle Vírgenes y en tantos y tantos rincones de nuestra memoria. La recuerdo desde los años 60 en que la conocí personalmente. Cuando era una joven que había tenido la suerte de conocer el mundo e ir aprendiendo a pintar. Siempre me impresionó su simpatía, su sencilla belleza, su elegancia, su mirada amable y cariñosa y aquel parecido enorme que tenía, y tiene, con aquella dama de la escena española que se llamó Ana Mariscal.

Decir Carmen Laffon en aquellos mágicos años 60 y 70, era como hablar de algo más allá de los Pirineos, cosa que entonces ya te llenaba de asombro. Y desde luego, de algo más allá de Despeñaperros. Eran los años en los que empezaban a nacer tímidamente las galerías de arte en Sevilla. Pasarela, Juana Aizpuru… Y su primera exposición en el Club La Rábida, aquel lugar que significó el centro y la meca de una cultura que nacía a trancas y barrancas en nuestra ciudad. Allí, como no, estuvo ella.

Se formó con maestros en su propia casa. No tuvo que ir a colegios, aunque más tarde, viajara por Europa y volviera cargada de ideas y reforzada en sus interiores. La pintura la había estudiado en Madrid, pero la culminó en su Sevilla, aunque su observatorio, el mirador desde el cual se enamoró del figurativismo, del natural, de la luz abierta, del cielo, del mar, sería Sanlúcar de Barrameda y su para siempre inseparable “otra orilla”, la del Coto de Doñana.

La muestra que de su obra se ofrece ahora en el CAAC, titulada “El paisaje y el lugar”, es la más ambiciosa que se ha montado desde que colgó en el Reina Sofía en 1992. Con motivo de ella, se han dicho muchas cosas sobre la pintora y su obra:
“La pintora se ha desprendido en la última etapa, de ataduras del pasado y ha iniciado una nueva travesía que sorprende y deslumbra precisamente por esa libertad y radicalidad respecto a lo ya hecho…  Obras de los años 70, cuando Carmen se inspira en los campos de la Cartuja, donde ahora expone, retratando la silueta de la ciudad desde ángulos que poco estaban al alcance de los sevillanos.”

Ella ha dicho: “…Ningún autor trabaja en solitario. No me importa borrar, lo que me indican coincide a veces con las dudas que tengo. Una está muy metida en la obra y una persona con una mirada fresca ve lo que falla enseguida…”

Juan Busco Díaz-Urmeneta, comisario de la exposición, ha dicho, “que frente a la connotación de querer intervenir o reinar del término sitio, un lugar invoca a la interrelación de la vida y el espacio y el vocablo se refiere a un enclave que nos da a menudo una forma de vivir…”

Sus parras, las viñas, la uva… La naturaleza escudriñada, vivida y sentida. Y el Coto visto desde Bonanza: “la ausencia de detalles narrativos, la cercanía sentimental con la naturaleza propias de la visión mediterránea.”

Laffón: “Me he atrevido a salir de los terrenos acomodaticios gracias a la lección que aprendí de algunos maestros. A mí me ha enseñado mucho el arte contemporáneo. A no tener miedo. En gente como Duchamp o Picasso valoré el atrevimiento. No me puedo comparar con ellos, pero me enseñaron a mirar que todo se puede hacer si lo sientes…”

De niña de familia acomodada, aislada del mundo, con profesores particulares en casa para no tener que salir a la calle para ir a una escuela, a mujer que pinta y te habla de las labores más sencillas y más populares: La vendimia, el encalado… Labores de gentes modestas del pueblo, del campo, a las que mira con curiosidad y sensibilidad…

¡Que grande Carmen Laffón desde aquellos años 60 y 70 de los duros e inciertos comienzos…!

Joaquín Arbide

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