Sólida, consistente, intensa y de un dramatismo creciente, esta nueva película del director sevillano Alberto Rodríguez tiene motivos para convertirse en uno de los títulos destacados del cine español de 2014, ejerciendo un papel similar al que tuvo ya la anterior del realizador, Grupo 7, que se hizo con ocho Goyas en 2013.
El argumento de la película encaja en en los niveles del policíaco clásico de investigación, muy a la usanza del que Hollywood forjó, sobre todo, en las décadas cuarenta y cincuenta y apoyado en un caso de desaparición de dos hermanas que ha llevado hasta una pequeña y nada estimulante localidad de este perdido lugar del sur de España a dos detectives del ámbito de homicidios, Pedro y Juan.
Es el año 1980, en un país convulso que no acaba de culminar la transición y que está a punto de engendrar el golpe de estado del 23-F, y la peor y más esperada de las noticias no se hace esperar. Las muchachas han sido asesinadas y sus cuerpos presentan no sólo señales de violencia, también de abusos sexuales.
Su recreación, además, de un lugar muy concreto y llamativo de la geografía andaluza, las marismas del Guadalquivir. Un entorno que se convierte en un personaje más: las marismas. «Es una planicie que no acaba nunca, que pasa por distintas fases según la época del año. Es como un mar de espejos cuando solo hay agua, o una pradera verde gigantesca cuando crece el arroz, o un campo dorado que se extiende al infinito cuando está la cosecha a punto, que es cuando rodamos nosotros», describe el director sevillano.
Un entorno que no puso las cosas nada fáciles a los actores. «Luce muy bien, pero fue muy durete. Rodamos entre octubre y noviembre: hacía mucho calor por el día, pero por la noche bajaban las temperaturas a 4 grados bajo cero. Nos constipamos varias veces», cuenta Raúl Arévalo. «Nos sorprendían trombas de agua en cualquier momento. Como dice Alberto, las marismas están hechas para los insectos, y no para los humanos», le secunda su compañero de fatigas, Javier Gutiérrez.
La evolución que ha experimentado el trabajo del cineasta sevillano, está patente también en el aspecto formal y estético y en una planificación muy elaborada –con tomas en picado desde una gran altura realmente soberbias–, es evidente que ha dotado a su obra de una madurez considerable. Aquí saca a relucir virtudes notorias en el terreno de la clásica historia negra, consiguiendo aportar a los fotogramas una solvencia y una entidad que permiten atrapar de lleno al espectador en una trama sin un solo altibajo.
La película ha recibido, además, recientemente el Premio Feroz Zinemaldia 2014, otorgado por la Asociación de Informadores Cinematográficos de España (AICE), que reúne a periodistas y críticos de todo el país. Este galardón destaca la mejor película de la Sección Oficial a concurso del Festival de San Sebastián, a juicio de la prensa española que cubre el certamen. Isla mínima tiene todos los visos de convertirse en la mejor película española del año.
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